
El cielo, de repente, aparece adornado con un gran manto de luces
brillantes que oscilan como banderas al viento. Da igual que no estemos
cerca del Polo Norte, donde las auroras suelen ser comunes. Podría
tratarse perfectamente de Nueva York, Madrid o Pekín. Uno de los efectos
secundarios de una tormenta así podrían ser auroras más cerca de los
trópicos. Pasados unos segundos, las bombillas empiezan a parpadear,
como si estuvieran a punto de fallar. Después, por un breve instante,
brillan con una intensidad inusitada… y se apagan para siempre.
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