En el siglo XVII, la sencillez y elegancia con que Isaac Newton
había logrado explicar las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos
y el
de los astros, unificando la física terrestre y la celeste, deslumbró
hasta tal punto a sus contemporáneos que llegó a considerarse
completada la mecánica. A finales del siglo XIX, sin embargo, era ya
insoslayable la relevancia de algunos fenómenos que la física
clásica no podía explicar. Correspondió a Albert Einstein superar tales
carencias con la creación de un nuevo paradigma: la
teoría de la relatividad, punto de partida de la física moderna.
Despues de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, Einstein se unió a los
científicos que buscaban la manera de impedir el uso
futuro de la bomba y propuso la formación de un gobierno mundial a
partir del embrión constituido por las Naciones Unidas. Pero sus
propuestas
en pro de que la humanidad evitara las amenazas de destrucción
individual y colectiva, formuladas en nombre de una singular amalgama de
ciencia,
religión y socialismo, recibieron de los políticos un rechazo comparable
a las críticas respetuosas que suscitaron entre los científicos
sus sucesivas versiones de la idea de un campo unificado.
Albert Einstein sigue siendo una figura mítica de nuestro tiempo;
más, incluso, de lo que llegó a serlo en vida, si se tiene en
cuenta que aquella fotografía suya en que exhibe un insólito gesto de
burla (sacando la lengua en una cómica e irreverente expresión)
se ha visto elevada a la dignidad de icono doméstico después de ser
convertida en un póster tan habitual como los de los ídolos
de la canción y los astros de Hollywood. Sin embargo, no son su genio
científico ni su talla humana los que mejor lo explican como mito,
sino, quizás, el cúmulo de paradojas que encierra su propia biografía,
acentuadas con la perspectiva histórica. Al Einstein
campeón del pacifismo se le recuerda aún como al «padre de la bomba»; y
todavía es corriente que se atribuya la demostración
del principio de que «todo es relativo» precisamente a él, que luchó
encarnizadamente contra la posibilidad de que conocer la
realidad significara jugar con ella a la gallina ciega.
En el plano científico, su actividad se centró, entre 1914 y 1916, en el
perfeccionamiento de la teoría general de la relatividad,
basada en el postulado de que la gravedad no es una fuerza sino un campo
creado por la presencia de una masa en el continuum espacio-tiempo. La
confirmación de sus previsiones llegó en 1919, al fotografiarse el eclipse solar del 29 de mayo; The Times
lo presentó como
el nuevo Newton y su fama internacional creció, forzándole a multiplicar
sus conferencias de divulgación por todo el mundo y popularizando
su imagen de viajero de la tercera clase de ferrocarril, con un estuche
de violín bajo el brazo.
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